“Y dejé de llamarte papá”
febrero 18, 2025
Por Amelia Eguiguren
“Nadie mide el precio de lo banal hasta que lo pierde.” La frase me quedó dando vueltas después de leer “Y dejé de llamarte papá”, el estremecedor libro escrito por Caroline Darian, hija de Gisèle Pelicot. En sus 202 páginas, la autora relata el horror vivido entre el 2 de noviembre de 2020 y el 28 de noviembre de 2021: el tiempo en que debió afrontar ser hija tanto de la víctima como del victimario de uno de los crímenes sexuales más atroces de los últimos años.
Este libro fue publicado en Francia en 2022 y recientemente traducido al español. En él, Darian narra cómo su padre, Dominique Pèlicot, drogó a su esposa Gisèle durante más de una década para que al menos 70 hombres abusaran de ella, muchas veces grabando y difundiendo los ataques en internet. Entre esos registros, Caroline encontró dos fotos de ella, inconsciente y vistiendo solo ropa interior. Nunca supo si su padre le hizo lo mismo que a su madre, pero sí que el sujeto al que llamaba padre señaló ante la jueza no sentir “atracción” por ella, su hija. Además, sus dos cuñadas también aparecieron desnudas en los registros, durante vacaciones en la casa de veraneo.
El camino de la familia Pèlicot es devastador. Decisiones como cambiar el nombre del hijo de Caroline y borrar los recuerdos felices de su infancia junto a quien llamaba “papá” reflejan el trauma vivido. De hecho, hoy la autora ya no lleva el apellido Pèlicot: eligió llamarse Darian, un apellido ficticio formado por los nombres de sus dos hermanos, David y Florián. Lo que empezó como un diario personal terminó abriendo un debate urgente sobre los crímenes sexuales.
Según el Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD), el 2020 en Chile hubo 14.981 denuncias por violaciones y delitos sexuales. Este número crece en 2024, llegando a 19.308, es decir, un 29% más. Las cifras nos hablan aún más cuando nos referimos a femicidios. El Ministerio de la Mujer publicó que en 2024 hubo en Chile 43 femicidios consumados y 299 frustrados. Comparado con 2020, cuando se registraron 151 intentos de femicidio, la cifra casi se duplicó. En lo que va de 2025, ya se reportan 5 femicidios consumados y 16 frustrados, sin señales de disminución. La gravedad del problema se refuerza con un dato de UNICEF: más del 70% de los abusos sexuales denunciados son cometidos por familiares o personas cercanas a la víctima. El caso de los Pèlicot es solo uno de ellos.
Además de exponer abusos y violaciones, el libro también visibiliza un crimen del que apenas se habla y que aún no tiene registro en Chile: la sumisión química. Esta práctica delictiva consiste en administrar drogas a una persona sin su consentimiento para anular su voluntad. Sus principales víctimas son mujeres jóvenes, y sus agresores suelen aprovecharse de su indefensión para cometer delitos sexuales. Algunas de las sustancias más utilizadas son: GHB (gamma-hidroxibutirato) sedante que provoca amnesia temporal y desinhibición, Flunitrazepam, Clonazepam y otras benzodiacepinas, Ketamina, Alcohol etílico y Burundanga (escopolamina).
En diciembre de 2024, la justicia francesa condenó a Dominique Pèlicot a 20 años de prisión. Giséle, la víctima, quiso que el juicio fuese abierto, para que todo el mundo pudiese ver y oír lo que ahí dentro se libraba. Se sentó y miró de frente a sus abusadores, partiendo por su marido. Lo que Gisele quiso hacer es cambiar el silencio que históricamente caracteriza estos casos, por un ruido ensordecedor en la sociedad. Que no haya una mesa en el mundo en que no se hablara de su tema, ni que quedara mujer abusada incapaz de alzar la voz.
Gisele, además, tuvo otra gran virtud. En una Francia atiborrada de tantas corrientes feministas como mujeres ciudadanas, ella quiso dejar claro que la suya no era una lucha contra los hombres, sino a favor de la convivencia armónica. Y logró que todos los feminismos estuviesen con ella, cuadradas como un gran batallón unido por la causa madre: el fin del silencio.
“Que la vergüenza cambie de bando”, fue la gran frase que dejó el caso Pelicot. Que nunca más la víctima deba esconderse; que el victimario siempre salga a la luz.
Este caso no es un hecho aislado, sino un recordatorio brutal de la violencia contra las mujeres. Y mientras las cifras sigan en aumento, el silencio no puede ser una opción.