Niños con peinado
octubre 7, 2024
Por María José O’Shea
Directora ejecutiva de Narrativa by Cadem
El fin de semana estuve en la celebración de 27 años de salida del colegio. Había como 40 hombres y ninguno -de lo que tienen pelo aún- usa peinado o un corte tipo futbolista.
Al preguntar después entre los asistentes si sus hijos se hacen peinados, más del triple de los que dijeron que no, dijeron que sí.
Cuento esto porque mi hijo llevaba buen tiempo diciendo que quería hacerse un corte, cuestión que mi mundo interno conservador resistía, presumo que por esa idea cultural de que la vanidad temprana correspondía a las mujeres. Los hombres, decía mi categoría mental, quieren patear como futbolista, pero otra cosa es verse como tal. En las niñas -aunque no deja de asombrar el nivel y sofisticación-, la conversación sobre skin care y el gasto en cremas parecía más natural.
El domingo mi hijo estaba con su primo de 13 -el menor de cuatro hombres, todos con peinado- y volvió sobre el punto de corte. Me impresionó el nivel de conocimiento: si taper fade, low fade, si mullet o no, si pedirlo a 0 o 0.5.
Y había otra exigencia detrás: no había que hacerlo en peluquería –“donde unas viejas con la chasquilla parada no saben hacerlo”-, sino que ir a una barbería, donde expertos colombianos o venezolanos tomaran posesión de la cabeza.
Tal cual. Me tragué mis mañas y partí a una de las miles que hay en Chile -el año pasado, solamente, se inscribieron más de 400- y que, paradójicamente, atraen la clientela con imágenes de tipos muy rudos. El joven coqueto quedó feliz con su corte, y yo me puse feliz de verlo feliz.
¿A qué no lleva este cuento tan banal?, dirá usted. A que nuestra sociedad ha cambiado por completo y las mujeres exigimos equidad de género. Pedimos eliminar los machismos, cuando muchas veces vemos que éste se hereda por la madre. Queremos una sociedad igualitaria, pero estamos llenas de micromachismos que entorpecen el camino. Queremos ser libres e iguales -en derechos, en mi caso-, pero restringimos para los hombres la posibilidad de sentirse guapos a temprana edad, mientras trenzamos y adornamos las cabezas de nuestras hijas.
La reflexión capilar -no sin acto de contrición- me viene justo cuando aparecen los resultados de la última encuesta CEP, en que una pregunta logra que asome mi sonrisa aprobatoria: esa que dice que el 80% piensa hoy que un padre o una madre puede criar tan bien a un hijo solos, como lo harían los dos juntos. Hemos avanzado, pienso. Todos. Soltando las amarras culturales que nos llevan a creer que las cosas son de una manera, cuando, la verdad, es que no tienen por qué serlo.
Y tiene una segunda derivada: la importancia de la comunicación. Probablemente si no hubiese existido una buena conversación con mi hijo y mi sobrino, no habría nacido este pequeño texto.
*Imagen: collage a partir de obra «Cabeza de hombre joven de perfil» (Velázquez, 1618)